Fútbol

Una carta que duele

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Fotografía Ariel Scher

Ariel Scher

Periodista.

Esa es una carta que duele. Que duele en las manos, que duele en los ojos, que duele en la conciencia, que duele porque está hecha para muchas urgencias y, en particular, para que el dolor, el necesario dolor, esté, persista, no acabe ni maquillado ni callado por las máquinas tragaverdades que se enseñorean en este tiempo.

Esa carta, la de las jugadoras profesionales de Racing, un plantel entero, que duele porque cuenta lo que duele, porque expresa un espanto, porque denuncia desde el deporte pero, sobre todo, desde la humanidad, un crimen múltiple, ejecutado en el barrio de Barracas de la ciudad de Buenos Aires, que encarna lo peor de este mundo: «Nos produce angustia e impotencia que Andrea Amarante, Pamela Cobas y Roxana Figueroa hayan sido asesinadas por lesbianas, es decir, por amar a personas del mismo sexo. Nos genera enorme preocupación saber que Sofía Castro, la cuarta víctima del ataque perpetrado por Justo Fernando Barrientos, siga internada luchando por su vida. Nos indigna que todavía hoy, en pleno siglo XXI, haya gente capaz de juzgar, de atacar e, incluso, de matar a otra gente por su orientación sexual. Estos casos no son ni aislados ni casuales y debemos denunciar que todavía existen diversidades condenadas a vivir a escondidas para no sufrir múltiples violencias».

Esta carta que duele provoca eso que duele por demasiados horrores pero tiene una zona que no duele y que sí da orgullo: esa gente, el equipo de Primera de Racing, atletas profesionales concentradas en hacer muy bien lo que hay que hacer muy bien en una cancha con Héctor Bracamonte como entrenador, eligió alzar la voz.

El plantel profesional femenino de Racing lanzó un fuerte comunicado luego del lesbicidio en Barracas. La «Carta por la Paz» y el contundente repudio tras los asesinatos de Andrea, Pamela y Roxana.

El deporte -y, de modo sobresaliente, el fútbol- funciona como el espectáculo más resonante de la industria del entretenimiento, industria entre las industrias de esta época, megajuego y meganegocio en simultáneo. Todo lo que allí es expuesto adquiere un eco difícil de empatar. Todo lo que allí no es expuesto fortalece o puede fortalecer el silencio, el más horrible de los silencios.

El silencio siempre constituye una edificación compleja. Articula poderes, sometimientos y miedos que exceden al propio miedo como emoción. La razón de innumerables silencios es el miedo como construcción cultural y política.

El sonido, más o menos lo contrario del silencio, implica cuestiones diversas. Y, en ocasiones múltiples, implica costos: castigos altos y personales, castigos para quienes protestan porque hay sanciones manifiestas y encubiertas. ¿Quién castiga? Castiga el establishment deportivo. O sea que castigan las corporaciones del rubro («Cállese y juegue», les vociferó el brasileño Joao Havelange, titular de la FIFA entre 1974 y 1998, a los futbolistas que se quejaban por el calor a la hora de los partidos en el Mundial de México de 1986). o sea que castigan las corporaciones político-económicas que sostienen y se sostienen con el show del deporte. O sea que castigan la industria de la comunicación, los medios y una porción no pequeña del periodismo que, en general, profundizan la presentación del deporte como un espectáculo que entretiene y suprime casi todos los campos de problematización (¿por qué otra razón que esa la carta de las jugadoras de Racing no se instaló en el corazón de los aparatos periodísticos más masivos?).

Castigos, muchos castigos. Para Muhammad Alí, el mejor boxeador de la historia, alguien que perdió su corona mundial y su licencia pugilista en abril de 1967 cuando se negó a integrarse a las fuerzas de ocupación estadounidense en Vietnam. Para Diego Maradona, en la consideración de muchísimos el mejor futbolista de la historia, capaz de ir al frente contra los poderes más omnímodos, algo que hasta le reconocen sus críticos más enojados. Para Tommy Smith y John Carlos, primero y tercero en la final de los 200 metros del atletismo olímpico en México de 1968, que elevaron sus puños cerrados para denunciar la marginación política, económica y étnica que seguía sufriendo la negritud en los Estados Unidos. Para muchas y muchos que, poniendo en riesgo lo que tienen amarrado o sus carreras completas, asumen que corresponde decir que no para que millones de personas descubran o verifiquen que a ciertas brutalidades corresponde decirles que no. Para Colin Kaepernick, un talento del fútbol americano, que encabezó, en el campo de juego, las manifestaciones contra el racismo en su país, y nadie lo contrató nunca más para hacer eso que tan bien hacía.

En la temporada de 2016, Kaepernick (7) comenzó a arrodillarse durante la interpretación del himno nacional de los Estados Unidos en señal de protesta por una serie de episodios de brutalidad policial contra ciudadanos afroamericanos acontecidos durante el verano de ese año.

Son, apenas, algunos ejemplos. Y ejemplos de protagonistas notorios, por tanto, más bravos para borrar por completo de la historia: a los castigados anónimos se los suprime de casi todos los relatos. Y ejemplos que desembocaron en castigos pero que están emparentados con montones de casos en los que no se llegó al castigo aunque sí a la amenaza de castigar. Pero, al cabo, ejemplos de eso que retrata con certeza y con crudeza otro estadounidense, Noam Chomsky, un intelectual determinante en el abordaje crítico de esta y de cualquier época: «La gente a la que se honraba en la Biblia eran los falsos profetas. A aquellos a quienes nosotros llamamos los profetas se los encarcelaba y se los mandaba al desierto».  

Chomsky, no precisamente una fan del fenómeno deportivo, replicaría, entonces, que la sanción a quienes se le atreven al poder económico (con sus formas políticas y culturales) atraviesa obviamente a mucho más que el deporte. Más que cierto. Pero al deporte lo envuelve, desde su reconformación en el último tramo del siglo XIX, la idea del «apoliticismo deportivo», como bien la abrevia, desarmando esa idea, el científico social Jean Meynaud. De otro modo: la lógica del deporte instaló discursos y prácticas por las que el vínculo con la política ensucia y el desvínculo conserva la limpieza. Meynaud pega exacto: decir eso, hacer eso, justamente es un comportamiento político, muy político, que aspira a neutralizar toda disidencia política.

Y, sin embargo, en el último mes, futbolistas uruguayos profundizaron la tradición de expresarse colectivamente para hacer memoria sobre las barbaries de la última dictadura en ese país, y Paulo Schardong (director técnico del club Sousa de Brasil) desflecó las políticas del ex mandamás Jair Bolsonaro cuando le tocó hablar en la consagración de su equipo en el campeonato de Paraibá, y los futbolistas y los socios del Saint Pauli alemán y del Red Star francés reivindicaron sus identidades antifascistas a la hora de celebrar sus ascensos de categorías, y equipos argentinos posaron con carteles contra la pretensión de privatizar empresas públicas que busca el gobierno de Javier Milei, y más y más y más. Y, también, hubo relatos sobre campeonatos y sobre partidos que contaron mil detalles de esos campeonatos y de esos partidos salteándose todo contenido a lo que referencian como político. Vaya a saber si, más rápido o más despacio, para algunos/algunas de quienes transparentan su posición por causas tan hondas llegarán las reprimendas explícitas o encubiertas. O si la expansión y la articulación de esas protestas frenará las determinaciones represivas de quienes habitualmente castigan. 

Enlazada con las tradiciones más fecundas de esas protestas, heredando los recorridos de distintos feminismos, la carta de las mujeres de Racing, en un mismo movimiento, asume miedos y desafía miedos. Porque esa carta, estremeciendo, enuncia todo esto:

«¿Cuándo vamos a empezar a replantearnos lo que decimos, lo que festejamos, la forma en que nos relacionamos, los medios que consumimos, los chistes de los que nos reímos? ¿Cuántos asesinatos más vamos a esperar para cambiar? ¿A cuántas hermanas, primas, mamás, amigas, parejas y compañeras más van a tener que matar para que reaccionemos? Es obligatorio reflexionar sobre todo esto para recordar que cada ser humano, independientemente de su género y de su orientación sexual, tiene el derecho a vivir una vida libre de cualquier discriminación. 

Exigimos justicia por Andrea, por Pamela y por Roxana. Y por cada víctima del odio machista. No nos vamos a callar más. Porque vivas y libres nos queremos.

Las consignas del martes al frente de la pensión donde fue el ataque.

Hagamos un mundo más amoroso, más compasivo y más justo donde cada cual pueda elegir quién ser, cómo ser y a quién amar sin miedo a ser atacado. Depende de ustedes, depende de nosotras, depende de todos».

Alzar la voz, alzarla con la energía que transmite esa carta, revela un aprendizaje. La socióloga Verónica Moreira, del grupo de trabajo de Deporte, Cultura y Sociedad del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), no ve azares allí. Ya hace unos años fue invitada a dar talleres sobre género, medios y otros temas con la Primera de Racing. Ahora señala: «Es una conducta que tiene un valor especial. Estamos acostumbradas a los pronunciamientos de otras organizaciones, pero no es habitual que un equipo de fútbol haga algo así. Y no porque no haya jugadoras que no tengan conciencia, experiencia o deseo de transformar estas situaciones, sino porque a nivel colectivo no es frecuente. No es tampoco lo mismo que si lanzara un documento un conjunto de hinchas o de socios. Pero Racing tiene una línea ya trazada con esto».

Daniel Defoe, el gran novelista inglés que legó «Robinson Crusoe», conquistó un espacio en todos los futuros con muchas de sus narraciones y, además, con una de sus sentencias: «El miedo al peligro es diez mil veces más terrible que el propio peligro».

La carta de Racing, esa colección de dolores, no ahuyenta al peligro pero le pone nombre, no señala que es un problema del deporte pero avisa que el deporte puede aportar más que algo frente a ese problema y frente a ese peligro, no agota al miedo pero se le para de frente a ese miedo y a muchas dimensiones del miedo. Por eso la carta duele y duele y duele. Pero, a la vez, por eso no sólo duele sino que representa un compromiso. Y, como en toda ocasión donde emerge el compromiso, se integra a una lucha. Y, como en cada lucha y en todas las luchas, si existe un compromiso también existe una esperanza.

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